Cristo en la cruz no solo atrae a los hombres para que se arrepientan delante de Dios por las transgresiones de su ley -pues Dios a quienes perdona hace que primero se arrepientan-, sino que Cristo ha satisfecho la justicia; se ha ofrecido a sí mismo como expiación. Su sangre derramada, su cuerpo quebrantado, satisfacen las demandas de la ley transgredida, y así salva con un puente el abismo que ha hecho el pecado. Sufrió en la carne para que con su cuerpo magullado y quebrantado pudiera amparar al pecador indefenso. La victoria obtenida por su muerte en el Calvario quebrantó para siempre el poder acusador de Satanás sobre el universo, y silenció su acusación de que la abnegación era imposible en Dios y que, por lo tanto, no es esencial en la familia humana.
Todos los que quieran pueden ser vencedores. Esforcémonos fervientemente para alcanzar la norma puesta delante de nosotros. Cristo conoce nuestra debilidad, y a él podemos ir diariamente en busca de ayuda. No es necesario que ganemos fortaleza para un mes por adelantado. Debemos vencer día tras día (Comentarios de Elena G. de Whice en Comentario bíblico adventista, t. 7, p. 985).
Jesús vivió, sufrió y murió para redimirnos. Se hizo «Varón de dolores» para que nosotros fuésemos hechos participantes del gozo eterno. Dios permitió que su Hijo amado, lleno de gracia y de verdad, viniese de un mundo de indescriptible gloria a esta tierra corrompida y manchada por el pecado, obscurecida por la sombra de muerte y maldición. Permitió que dejase el seno de su amor, la adoración de los ángeles, para sufrir vergüenza, insultos, humillación, odio y muerte … El Hijo inmaculado de Dios tomó sobre sí la carga del pecado. El que había sido uno con Dios sintió en su alma la terrible separación que el pecado crea entre Dios y el hombre. Esto arrancó de sus labios el angustioso clamor: «[Dios mío! ¡Dios mío! ¿por qué me has desamparado?» Mateo 27:46. Fue la carga del pecado, el reconocimiento de su terrible enormidad y de la separación que causa entre el alma y Dios, lo que quebrantó el corazón del Hijo de Dios.
Pero este gran sacrificio no fue hecho para crear amor en el corazón del Padre hacia el hombre, ni para moverle a salvarnos. ¡No! ¡No! «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito». Juan 3:16. Si el Padre nos ama no es a causa de la gran propiciación, sino que él proveyó la propiciación porque nos ama. Cristo fue el medio por el cual el Padre pudo derramar su amor infinito sobre un mundo caído. «Dios estaba en Cristo, reconciliando consigo mismo al mundo». 2 Corintios 5:19. Dios sufrió con su Hijo. En la agonía del Getsemaní, en la muerte del Calvario, el corazón del Amor infinito pagó el precio de nuestra redención (El camino a Cristo, pp. 13, 14).
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Notas de Ellen G. White para la Escuela Sabática 2022.
4to. Trimestre 2022 «¿QUÉ ES EL HOMBRE? “LA VIDA ETERNA: LA MUERTE Y LA ESPERANZA FUTURA”»
Lección 6: «ÉL MURIÓ POR NOSOTROS»
Colaboradores: Wilber Valero & Esther Jiménez