Saúl no había soportado la prueba de su fe en el lance dificultoso de Gilgal, y había deshonrado el servicio de Dios; pero sus errores no eran todavía irreparables, y el Señor quiso concederle otra oportunidad para que aprendiera a tener una fe implícita en su palabra ya obedecer a sus mandamientos.
Cuando fue reprendido por el profeta en Gilgal, no le pareció a Saúl que hubiera un gran pecado en la conducta que había seguido. Creyó que había sido tratado injustamente y, procurando vindicar sus acciones, presentó excusas por su error. Desde entonces tuvo muy pocas relaciones con el profeta. Samuel amaba a Saúl como a un hijo propio, mientras que Saúl, de temperamento osado y ardiente, había estimado mucho al profeta; pero la reprensión de Samuel despertó su resentimiento, y desde entonces le evitaba en lo posible (Historia de los patriarcas y profetas, p. 679).
Cuando fue llamado al trono, Saúl tenía una opinión muy humilde de su propia capacidad, y se dejaba instruir. Le faltaban conocimientos y experiencia, y tenía graves defectos de carácter. Pero el Señor le concedió el Espíritu Santo para guiarle y ayudarle, y le colocó donde podía desarrollar las cualidades requeridas para ser soberano de Israel. Si hubiera permanecido humilde, procurando siempre ser dirigido por la sabiduría divina, habría podido desempeñar los deberes de su alto cargo con éxito y honor…
Pero Saúl se vanaglorió de su ensalzamiento, y deshonró a Dios por su incredulidad y desobediencia. Aunque al ser llamado a ocupar el trono era humilde y dudaba de su capacidad, el éxito le hizo confiar en sí mismo. La primera victoria de su reinado encendió en su corazón aquel orgullo que era su mayor peligro… y aunque al principio Saúl dio toda la gloria a Dios, más tarde se atribuyó el honor. Perdió de vista el hecho de que dependía de Dios, y en su corazón se apartó del Señor. Así se preparó para cometer su pecado de presunción y sacrilegio en Gilgal.
La misma confianza ciega en sí mismo le condujo a rechazar la reprensión de Samuel. Saúl reconocía que Samuel era un profeta enviado de Dios; por consiguiente, debería haber aceptado el reproche, aunque él mismo no pudiese ver que había pecado. Si se hubiera mostrado dócil para ver y confesar su error, esta amarga experiencia le habría resultado en una salvaguardia para el futuro…
Cuando Saúl se desvió de la reprensión que le mandó el Espíritu Santo de Dios, y persistió en justificarse obstinadamente, rechazó el único medio por el cual Dios podía obrar para salvarle de sí mismo. Se había separado voluntariamente de Dios. No podía recibir ayuda ni dirección de Dios antes de volver a él mediante la confesión de su pecado (Historia de los patriarcas y profetas, pp. 685-687).
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Notas de Ellen G. White para la Escuela Sabática 2022.
3rd Trimestre 2022 «EN EL CRISOL CON CRISTO»
Lección 12: «MORIR COMO UNA SEMILLA»
Colaboradores: Wilber Valero & Esther Jiménez